3:58 am Noticias

Elementos para comprender una ética cívica

Para hacer mi aporte muy breve a este foro tan importante quiero poner de presente
unas distinciones, que si bien son muy básicas, son determinantes para comprender
porqué hablamos de una ética ciudadana o cívica. En estos momentos, aunque a veces
parezca otra cosa, vivimos procesos de consolidación social, política y económica en
Colombia y podría atreverme a decir que en nuestra América Latina, en los cuales la ética
está de “actualidad”. De hecho, y creo que aquí está una de las claves más importantes
para evolucionar nuestra forma de actuar, necesitamos enriquecer nuestra ética de la
“buena intención individual” con una ética “interactiva de co-evolución social”, una
ética de las instituciones, organizaciones y redes sociales.


¿Qué es la moral?


Tenemos diversas experiencias de “lo bueno” y de “lo malo” y parece que la acepción
predominante cuando hablamos de moral es la de lo “conveniente” y lo
“inconveniente”. De una forma general podemos decir que cuando una persona
sacrifica o pospone la satisfacción de un deseo por no perjudicarse o no perjudicar a
otros, es vista como “alguien con mayor capacidad moral” que aquella persona que no
logra “desplazar” sus necesidades y afecta negativamente a otras personas para
satisfacer sus necesidades sexuales, emocionales, de alimentación, reconocimiento,
acumulación de cosas, dinero o poder. Podemos suponer con un alto grado de certeza
que la vida humana está ligada con los valores de tal forma que lo conveniente e
inconveniente, con sus versiones en cada cultura, resultan ineludibles a la hora de
comprender nuestra particular forma de actuar, abordar la vida y resolver nuestras
diferencias. Podemos entonces decir que la moral es el acervo construido y decantado
por una persona, un grupo o una sociedad, para guiar su acción en el marco de la
convivencia.


La moral es un fenómeno social inherente a la forma particular de ser de un grupo
humano, tal que no se conoce sociedad alguna en la que no se hallan definido normas
para resolver conflictos internos de los individuos o de sus interacciones. Estas normas
están contenidas en códigos, máximas, prácticas ritualizadas, permisos, exhortaciones y
prohibiciones. La cultura, y más precisamente, la moral nos permite transformar
nuestras necesidades y orientar los comportamientos para lograr la satisfacción según
las convenciones sociales. Una sociedad, desde este punto de vista, es un conjunto de
interacciones entre los individuos que la forman, guiadas por normas que el grupo ha
establecido. En tanto las normas se hacen más propias e incuestionables, “entre más se
convierten en nuestra piel”, menos visibles nos resultan. Las normas morales, y sobre
todo las prácticas morales, son las que más generan un nivel de cohesión sociocultural,
es decir, un nivel de comunión que condensa creencias y sentimientos de un grupo.

Por esta razón la moral condensa las experiencias que le aseguran a una sociedad su
permanencia. Soy de la idea de que las emociones humanas orientadas según las normas
morales que le permiten al grupo una co-evolución (evolución con otros) con la
humanidad y con el medio, son el “motor” más poderoso de una sociedad; cuando no,
el germen de su destrucción. En una perspectiva parecida a esta, decía Aristóteles que
“(…) así como el hombre que ha alcanzado el pleno desarrollo es el mejor de todos los
animales, cuando se aparta de la ley y la justicia es el peor de todos. (…) La injusticia
armada es peligrosísima: el ser humano está naturalmente equipado con armas al
servicio de la inteligencia y las virtudes pero que puede usar para los fines peores.” En
este preciso punto es que la reflexión sobre la moral se hace necesaria y eso es algo que
corresponde a la ética.


¿Qué es la ética?


Si bien en muchos casos las dos palabras “moral” y “ética” se utilizan como sinónimas*,
carácter, costumbre, vale la pena insistir en una sutil diferencia que ayuda a comprender
mejor las cosas. Mientras la moral es una realidad inherente a cada sociedad, grupo,
familia e individuo, por el simple hecho de que los humanos vivimos siempre conforme a
ciertas normas para regular nuestro comportamiento, la ética se encarga de estudiar las
implicaciones que tiene para los seres humanos asumir una perspectiva moral de la vida.
A primera vista no parece tan importante esta distinción, pero si nos detenemos a
reflexionar un poco veremos las tremendas consecuencias que tiene hacer la diferencia.
De forma muy general podemos decir que la ética nos sirve para dos cosas:


La primera, Analizar el efecto de nuestro comportamiento moral. Aquí la diferencia entre
ética y moral se refiere al cambio de nivel que existe entre la aceptación inconsciente de
un conjunto de principios y normas y la comprensión de lo que genera la utilización de esas
normas. Una cosa es vivir sumergido en un conjunto de valores sin más, y otra muy
distinta es comprender las implicaciones que tiene para esa sociedad, el grupo, la familia
y el individuo, vivir conforme a esos valores.


Recuerdo a dos pensadores venidos de mundos muy distintos como el utilitarista John
Stuart Mill (inglés 1806-1873) y el socialista Karl Marx (alemán 1818-1883), para quienes
es necesario que toda persona mantenga frente a la moral vigente una actitud crítica, ya
que los grupos dominantes siempre tratarán de justificar su dominación por medio de
los valores. Esto tiene tanto de largo como de ancho… Por lo pronto quiero insistir en
que una cosa es vivir una norma y otra hacer consciencia de cómo y por qué se vive. Para
un buen grupo de sociólogos, psicólogos y filósofos la mayoría de edad se conquista en
el ineludible momento en el que todo ser humano se encuentra cara a cara con sus creencias, valores y principios y tiene que hacer un balance de fondo para ver el efecto
que tienen en su vida. Es parte de la conquista de un nivel de madurez y libertad gracias
a la capacidad de reflexión ética.


La segunda, hallar bases en nuestra ecología mental para la acción moral. Esta es parte
de mi visión particular de la ética que consiste en la idea de que la moral de una persona
es sólo comprensible en el marco de su “ecología mental”, así como la de un pueblo o
una cultura es comprensible en el marco de su mundo de sentido. Por lo pronto basta
decir que, si bien, inmersos en las tradiciones derivadas de la cultura en medio de la cual
vivimos, de la fuerza de las instituciones, familia, Estado, religión, empresa, etc., todos
los seres humanos actuamos guiados por una moral y gracias a ella nos vinculamos con
los demás y le otorgamos un significado a lo que hacemos, a partir de nuestra particular
forma de sentir y pensar. Con esto quiero decir que tenemos al frente una tarea
importante y a la vez fascinante de comprensión de la realidad mental humana que es la
base del comportamiento moral y ético.


La ética tiene dos caras, una es “la felicidad” y la otra “la justicia”. Como sucede con las
monedas, no es posible una cara sin la otra. Sí la felicidad de un grupo de personas se
basa y conlleva la injusticia con otro grupo, seguramente nos haremos preguntas éticas
de fondo. ¿En una sociedad, es justificable de alguna forma que se sacrifique el bienestar
de un grupo en bien del bienestar de otro grupo?, ¿La felicidad de unos debe implicar el
sacrificio de la felicidad o más básicamente el bienestar de otros?, ¿Cómo podemos saber
en qué momento y bajo qué circunstancias una norma, que no favorezca a todos, puede
considerarse justa?, ¿La forma en que un grupo o una persona concibe la felicidad es
aplicable a todos, y es aplicable de la misma forma?

Veamos una de las caras de la moneda: la felicidad


Hemos dicho que cuando actuamos, lo hacemos buscando algún bien, para nosotros o
para los demás, según sea el caso. También hemos dicho que la moral, es decir, el
conjunto de normas para regular la convivencia, nos permite orientar de una forma
específica nuestros deseos y necesidades para conseguir un bien, en este caso la
satisfacción de alguna necesidad según los códigos de la cultura de la comunidad a la
cual pertenecemos. Ahora, todos tenemos una forma particular de concebir la felicidad,
para muchos de nosotros está en la satisfacción de las necesidades más básicas, para
otros está en la satisfacción de una necesidad muy refinada: unos buscan comida y abrigo, otros un “abrigo mink”. Aristóteles decía que la mayor felicidad se consigue con
una vida dedicada al estudio y la reflexión, Antístenes de la escuela griega de los Cínicos,
S. IV A.C. decía que la felicidad venía de llevar una vida simple y acorde con la naturaleza
sin fijarse en cosas materiales.

Hay para quienes la mayor felicidad consiste en tener riquezas y poder. Para muchas personas igual que para San Agustín la verdadera
felicidad está en el encuentro con Dios. También está la experiencia del hincha
apasionado para el cual la felicidad es ir a ver a su equipo cada vez que juega, o el que
considera que la música es lo suyo para ser feliz, o el que afirma que es asistir al servicio
social, y así, cientos, miles de formas de conseguir lo bueno y por tanto de ser feliz…
Pero, lo que te hace feliz no necesariamente hace feliz a otros. Lo que es bueno para una
persona, no necesariamente es bueno para las demás. La forma de ser feliz, de conseguir
el bien, no aplica para todos, es decir, estas son formas no universalizables de ser feliz.
Quizás, uno puede aspirar con su forma de ser feliz, a compartirla con otros y en algunos
casos a lograr contagiarlos para que nos acompañen, en nuestro proyecto de felicidad,
si es que les hace sentido. Este, podemos denominarlo el carácter singular de la ética. Y
es que cada persona, según sus propias capacidades y posibilidades, mal que bien, actúa
buscando su propia felicidad.


Esto es algo de una importancia crucial en la ética. Si nos preguntan, quizás la mayoría
de nosotros responderemos que actuamos con vistas a lo que nos parece bueno y eso
mismo dice el machista, la feminista, el extremista de izquierda o derecha, el liberal, el
conservador más ortodoxo, etc. En este punto, ustedes dirán que, así como no son
aplicables estos proyectos para todos, hay cientos, miles de propuestas que lo
pretenden. Claro que sí, pero no pueden aspirar a ser “la única forma de conseguir lo
bueno, de llegar a ser feliz”. Aún en algunos casos en los que elegimos, buscando la
felicidad, nos podemos equivocar, como cuando creemos que el cigarrillo o la bebida son
bienes que nos dan la felicidad. En nuestra historia, ha habido cientos de proyectos de
felicidad, tan diversos que por esa misma razón es imposible hacerlos válidos para todos.
“¿Quién puede hoy pretender que posee el secreto de la vida feliz y empeñarse en
extenderla universalmente, como si a todos los hombres conviniera el mismo modo de
vida buena?”3 Las éticas que están en la base de estas formas de pensar y proceder, se
llaman de contenido o de máximas porque proponen una forma de felicidad y
consecuentemente unos contenidos propios: principios, credos y reglas.


Sin embargo, hay mucha gente que pretende que su forma de ser feliz es universalizable,
y que más aún, es exigible: organizaciones religiosas, sectas, grupos de fanáticos, etc.,
los cuales consideran que los demás deben llevar una vida conforme a sus preceptos; y,
la cuestión no es que lo pretendan, sino la forma en que lo pretenden: en algunas
ocasiones por la fuerza y utilizando las armas. Esto nos abre el camino para revisar la
segunda cara de la ética, la justicia.

Veamos la otra cara de la moneda: la justicia


El filósofo John Rawls decía que “la justicia es la primera virtud de las instituciones
sociales, como la verdad lo es de los sistemas de pensamiento.”i La justicia es el
fundamento de la vida en comunidad, pues es la base de la cooperación social. Y añade
Rawls: “En una sociedad justa las libertades de la igualdad de ciudadanía se dan por
establecidas definitivamente; los derechos asegurados por la justicia no están sujetos a
regateos políticos ni al cálculo de intereses sociales.”


Ya está dicho, pero vale la pena repetirlo, la moral ofrece un conjunto de normas que
guían y a la vez median entre lo que una persona necesita o quiere y la forma de lograr
ese bien. Dejamos nuestro estado de “naturaleza pura” en el que se satisfacía el deseo
de forma inmediata, por uno en el que están presente los otros a través de un conjunto
de normas, significados y símbolos que regulan, limitan y proporcionan una guía social
para dicha satisfacción. Esas normas pueden parecer a algunas personas muy
complicadas, muy difíciles de cumplir y que llevan en ocasiones a tener que abandonar
lo que se quiere. Aquí es donde nace el tema de la justicia. ¿Cuáles son las normas
aprobadas por una sociedad que podemos denominar justas? ¿Qué características deben
tener estas normas para denominarlas justas? ¿Existe alguna forma de determinar la
justicia de una norma, aún a sabiendas de que existe una gran diversidad de proyectos
de felicidad? Podríamos decir que mientras la cara de la ética que se dedica a la felicidad,
habla de la actividad vital de las personas y de su inevitable tendencia a buscar el bien de
una forma específica, la “cara justicia” de la ética se dedica al deber. Podríamos decir que
la justicia es el conjunto de mecanismos sociales con los que cuenta una sociedad para
regular el deber, es decir, lo que más allá del bien particular, debemos hacer porque así
lo exige la vida en comunidad, y así lo exige nuestra propia coherencia mental. Más allá
del cualquier interés, de nuestra búsqueda de lo útil, contamos con un sentido (bien
construido en la cultura o bien conquistado por medio de la reflexión rigurosa) de que
hay cosas que aceptamos o repugnamos porque concuerdan o se alejan de nuestras
convicciones sobre la justicia.

¿En que consiste una ética cívica?


Sabemos que los seres humanos somos inevitablemente morales, esto es, que
actuamos, o mejor interactuamos, en un mundo social de acuerdo con una guías que nos
dicen qué hacer. Podemos ser “inmorales”, es decir contradecir un marco de actuación
según unos valores, pero no podemos ser “amorales”, es decir carecer por completo de
una moral. Aristóteles decía que “Quien es incapaz de vivir en sociedad o no necesita
nada porque es autárquico, ése, es una bestia, o es un dios”5 De modo que nuestra
actuación es necesariamente social. Sin embargo parece que aún no tenemos del todo
claro que la ética es a la vez individual y colectiva. Creo, y en esto hago voces con Adela
Cortina, que la ética debe sacarse del estrecho corredor de los modelos de la buena
intención y de la religión. La buenas intenciones no son suficientes, tanto como el
beneficio por “goteo” que presentan algunas éticas individualista e incluso de
responsabilidad social empresarial.


El objeto primordial de una ética cívica es la estructura más básica de la sociedad, o mejor
dicho, del modo en que las instituciones sociales definen dialógicamente
(conversacionalmente) marcos de actuación para construir los consensos que lleven a
los diversos actores sociales a la definición de los derechos y deberes derivados de la
dinámica de la cooperación social y sus implicaciones en la co-evolución tanto de las
instituciones como de los macrocontextos implicados: sociedad, economía, política y
medio ambiente.


Señalo inicialmente tres aspectos para lograrlo: El primero, crear escenarios para el
diálogo entre actores sociales con experiencias, necesidades y expectativas diversas, de
forma que todos, logren en parte lo que esperan contribuyendo efectivamente con un
proceso de co-evolución tanto de la sociedad como del medio ambiente. El segundo,
progresar de la ética de la buena intención a la ética del efecto de la interacción social.
El tercero construir una ética de pluralismo moral. Progresivamente se construyen los
consensos para una ética laica, es decir, no inscrita en un marco religioso, sino al servicio
de toda una sociedad en la que se comprenda que existen diversas concepciones de Dios.
Veamos:

El primero crear escenarios para el diálogo: Es primordial considerar las condiciones en
las cuales los diversos actores sociales podrán expresar su experiencias y necesidades
para contribuir con la búsqueda de los acuerdos para la interacción. Esto implica que
todos los participantes deberán ser considerados en igualdad de condiciones para poder
expresar sus necesidades, concepciones y aportes en la definición de derechos y
deberes. John Rawls propone, utilizando la imagen tradicional de la justicia, el velo de ignorancia, es decir la idea de que independientemente de la posición socioeconómica,
en el diálogo por los derechos y deberes todos los actores son apreciados con una
actitud de “ignorancia” de sus privilegios o desventajas y son considerados iguales. No
importa tu posición, importan tan sólo tus contribuciones en el diálogo.


El primer principio de justicia expresa que todas las personas tienen derecho a la libertad
individual compatible con la misma libertad de los demás. Por ello es preciso que las
instituciones aseguren que los más pobres o los más ricos tengan las mismas
oportunidades, y podemos extenderlo a los credos religiosos, preferencias sexuales,
genero, raza y concepciones políticas. Para él no es sólo una cuestión teórica, sino que
la justicia debe concretarse en usos reales socioeconómicos. De nada sirve la libertad de
pensamiento si la gente no tiene formación, de nada sirve la libertad de movimiento si
no se tiene con qué viajar, de nada sirve cualquier tipo de libertad individual si la gente
no se puede vestir o alimentar.


El segundo progresar la ética de la intención a la del efecto: Evolucionar esta ética
implica construir un marco de sentido un poco mas amplio para la comprensión de los
valores. A través de los valores, nos encontramos inmersos en un tejido invisible de
conexiones entre unos y otros, en un mundo de sentido en el que las normas morales
nos enseñan (son pedagógicas, es decir, condensan un conjunto de aprendizajes que
resultan fundamentales para que un grupo sobreviva), señalan los límites (son
coercitivas, es decir, seleccionan los comportamientos aceptables de los inaceptables),
y cohesionan al grupo por medio de la vivencia de ciertas emociones que les hacen sentir
que comparten unas experiencias y formas de vivir la vida.


Los valores que por lo general se expresan en normas, tienen la estructura de: Conectar
a las personas consigo mismas (diálogo interno) y con otras; estar validadas por el
consenso de un grupo, es decir, es aceptada en sus líneas básicas por la mayoría de los
miembros de un grupo; y expresar unos contenidos, esto es, un conjunto de
comportamientos, creencias, experiencias y conocimientos importantes para la
regulación del grupo y para las personas en sí mismas. Por esta razón, la norma moral es
interna y externa a la vez.


Es interna en tanto orienta la forma en que una persona utiliza sus sentimientos, deseos,
necesidades, pensamientos e historia personal, para configurar su actuación.


Es externa porque permite a la persona orientar su comportamiento (observar o
representar el efecto de su acción) para relacionarse con otros según unas guías
consensuadas por los cánones del grupo.

La moral, desde este punto de vista, es un conjunto de reglas para construir
conocimientos prácticos sobre la forma de solventar necesidades de un sujeto (Nivel
intrasubjetivo) o de las relaciones entre varios sujetos (Nivel intersubjetivo), de modo
que le permitan a un grupo inventarse “conversacionalmente” una forma de vivir
consecuente con su sentido.


El tercero construir una ética de pluralismo moral: Esta perspectiva tiene está
relacionada con la moral religiosa debido a que los desarrollos de una ética cívica son
más bien recientes en nuestro mundo occidental actual. Si bien filósofos griegos como
Sócrates, Platón y Aristóteles desarrollaron éticas fuera de los confines de una religión,
a partir de la época medieval, el marco religioso del monoteísmo semita ha tenido ha
tenido una gran influencia. Una ética cívica no puede apostarle a una forma de vida
buena, pues ya lo señalamos, la participación en los diálogos de construcción social no
pueden tener la base de una propuesta que se basa en un “Dios” para definir los
mecanismos de diálogo o la fundamentación de los valores.

Toda religión implica una moral, pues a través de ella el creyente guía su comportamiento
para lograr los beneficios que le propone. Naturalmente se respetan las posiciones
religiosas, negarlas, es igual que pretender que sólo una puede fundamente el marco
moral. Por esta razón la ética cívica es una ética laica; no puede hacer preferencia por las
máximas de una religión y más bien se guía, como dice Adela Cortina, por los mínimos
axiológicos y normativos que facilitan la convivencia de los máximos. Dice ella que “La
moral cívica consiste, pues, en unos mínimos compartidos entre ciudadanos que tienen
distintas concepciones de hombre, distintos ideales de vida de vida humana; mínimos
que les llevan a considerar como fecunda su convivencia.”

*Humberto Sandoval Barrera
Estudios en filosofía y letras de la Universidad Sto Tomás. Maestría en filosofía de la
Universidad Nacional de Colombia. Especialista en intervención sistémica de la familia y las
organizaciones. Profesor y consultor en procesos de transformación cultural, desarrollo de
liderazgo y habilidades en equipos de alto rendimiento y alineación estratégica en
organizaciones empresariales. Investigador y autor de varios libros sobre desarrollo
humano y ecología mental. Socio Fundador de Consultoría Humana, miembro activo de la
Alianza Colombia Ética