Queremos rendir un homenaje a un hombre ejemplar, Javier Darío Restrepo, decano de la ética periodística en Colombia, con un texto dedicado a Amelia Pretelt,  Gestora de Alianza Colombia Ética.

Este texto nos inspira a continuar con la labor que nos hemos trazado de seguir promoviendo el diálogo sobre los valores que compartimos los seres humanos.

Queremos rendir un homenaje a un hombre ejemplar, Javier Darío Restrepo, decano de la ética periodística en Colombia. 

Este texto nos inspira a continuar con la labor que nos hemos trazado de seguir promoviendo el diálogo sobre los valores que compartimos los seres humanos.

Foto: RCN Radio

Ustedes motivan el entusiasmo y la esperanza con esta iniciativa que han llamado Alianza Colombia Ética

Por: Javier Darío Restrepo

Acepté de inmediato la invitación porque me dio gran alegría saber que un grupo de colombianos se propone a trabajar alrededor de un tema que a mí me ha ocupado durante los últimos 20 años, al principio como profesor de filosofía y después en la redacción del Código de Ética del Circulo de Periodistas de Bogotá. 

Este trabajo fue el punto de partida para la actividad de fondo que es el Consultorio Ético de la Fundación Gabriel García Márquez para el nuevo periodismo. Son actividades que me han dado una visión de la ética que es la que voy a compartir con ustedes. 

A lo largo de estos años de estudio y de diálogos sobre el tema he llegado a comprobar que, como lo decía un especialista alemán, Eduard Tugedhat, la ética se puede mirar desde dos ángulos opuestos: es lo que yo quiero para mí, y esto lo recorta y lo empobrece; o desde la pregunta: «¿qué es lo que debo hacer en relación con los otros?», visión que le abre uos elevados horizontes. 

 

La primera se limita al cumplimiento de normas, por eso redacta y promulga códigos, crea tribunales de ética , intenta que las leyes vuelvan obligatorio el comportamiento ético. Es la visión más común y es el resultado de la desconfianza frente a las posibilidades del hombre que, como los esclavos, solo actúa correctamente cuando alguien lo obliga.

La otra idea de la ética no es tan común y parte de la convicción de que la ética es un ejercicio de la libertad; por tanto, ni las leyes, ni los códigos, ni los maestros, ni las religiones, ni los gobiernos la pueden imponer porque en ética cada humano es legislador de sí mismo y los mandatos éticos se deletrean y leen en el propio corazón.

Esta es una expresión de Kant que corresponde a pensamientos  de Aristóteles expresados en dos lugares distintos de su Ética para Nicómaco. Habla primero de la ética como «obediencia a la propia naturaleza». No es imposición de nadie, es obediencia a sí mismo, es la clave de la libertad y, además, descubrimiento y activación de lo mejor que hay en uno mismo.  

Precisa Aristóteles: «el bien de las personas es deseable, pero es más hermoso y divino conseguirlo para un pueblo».

Le debo a otro maestro de la antigüedad, Heráclito, un desarrollo de estas ideas. Decía el viejo filósofo: «el fenómeno ético es impensable sin el crecimiento».

Foto: El Espectador

Que me hizo entender por qué en ética no hay últimas palabras porque como la vida, que todos los días se reinventa, la ética, que es vida, se construye cada día; no es un conocimiento (para desencanto de los que la consideran una ciencia del bien y del mal), es una sensibilidad que reacciona feliz ante lo digno, lo generoso, lo noble, lo bello, y rechaza la resignación, la pasividad y el engreimiento en lo que uno es.

Esto merece una explicación: los existencialistas, después de ese espectáculo envilecedor que fue la segunda guerra, se dieron a explorar caminos de salida para una humanidad dominada por la conciencia de derrota y de fracaso que se sumergía en la oscuridad y la tristeza. Así llegaron al encuentro del hombre como proyecto que lleva en su naturaleza la vocación de ser más. 

Idea que ha complementado en nuestro tiempo el francés Edgar Morin con su reflexión sobre el hombre como ser posible, que es el que la ética construye, porque convoca «lo mejor de nosotros mismos», expresión que ustedes utilizan.  

 

La persona ética es la que, siempre insatisfecha con lo que es, está buscando todos los días su deber ser, es decir, esa que, consciente de sus posibilidades, las quiere hacer reales.

Como se ve, esta no es una tarea esporádica o de ocasión; es misión de todos los días y de toda la vida porque según lo revela la ética, el ser humano, ustedes, yo, siempre estamos y estaremos en construcción. Por eso el ser ético se convierte en una manera de ser, un talante, una segunda piel; no es condición ocasional, es una fisonomía espiritual en actitud permanente de ser más. 

 

La otra idea de la ética no es tan común, y parte de la convicción de que la ética es un ejercicio de la libertad; por tanto, ni las leyes, ni los códigos, ni los maestros, ni las religiones, ni los gobiernos la pueden imponer porque en ética cada humano es legislador de sí mismo y los mandatos éticos se deletrean y leen en el propio corazón.
Javier Darío Restrepo

Hablar de ética es, por tanto, tener presente los posibles del hombre. El diálogo de valores viene a ser esto: un diálogo sobre los posibles que hay en los colombianos, y la ética, un mandato interno de cada colombiano para ser excelente como persona y como profesional. 

 

Desde este punto de vista, la ética no tiene por qué ser tenida como la fórmula para combatir la corrupción; este es un combate que deben dar los jueces y la policía; el de la ética es un reto distinto: crear conciencia de los posibles que hay en el país; estimular a los honestos y a toda la gente buena para hacer reales sus posibles individuales; y así darle respuesta a la vocación que tiene todo hombre a ser excelente; la corrupción y la violencia no son asuntos de la ética sino de policías y jueces.  

Foto: laprensa.hn

La ética, esa vocación interior en la excelencia, mantiene activo y en proceso de realización, ese posible que hay en cada colombiano. No es, por tanto, susceptible de un proceso publicitario ni de sus técnicas de seducción; tampoco es un objetivo de las leyes; es una construcción que cada uno adelanta en el silencio de su conciencia. Ustedes se han propuesto llegar a esa conciencia y, después de tanto fracaso político e institucional, puede decirles que buscar una Colombia Ética es el objetivo más ambicioso y realista que hoy se nos está proponiendo. También el más difícil.

 

¿Se llega alguna vez a la cima de lo ético?

Se plantearía el mismo problema si ustedes o yo dijéramos soy libre, o soy justo.

Ni la ética, ni la libertad, ni la justicia son realidades que están ahí, hechas  acabadas. Son dinamismos del  espíritu que tienen mayor o menor actividad pero que nunca alcanzan una total plenitud.

Es más exacto afirmar que el ser humano está en proceso de ser ético, o libre o justo, cuando ese es el propósito de a vida. Por esa razón, porque impone en la vida, una actividad que no admite pausas, porque su mandato en la conciencia es a la vez inalcanzables e irrenunciables, la ética es una utopía que no deja espacio para el descanso. 

 

La ética cumple las funciones de las utopías, todas las que en el mundo han sido fuerzas de transformación.

 

La utopía nace de la insatisfacción ante lo real, se alimenta de la convicción de que todas las realidades pueden y deben ser cambiadas, es la fuerza movilizadora de los cambios. 

¿Alguien podría decir en esta sala, yo soy ético?

Manheim habla de la utopía como un estado mental que trasciende la realidad y que va mas allá de los real. La utopía no es una isla, que fue el sentido que le dio Tomás Moro, Cuando unió las dos palabras griegas, negación, y topos, lugar, o sea, lugar que no existe, porque tiene que ser creado.

 

Prescindan del lugar físico, y quédense con el estado mental y el resultado es que la utopía es esa la voluntad permanente de cambio, de mejoría que alienta en los humanos a quienes moviliza la convicción de que nada es perfecto, de que la realidad, toda la realidad, debe ser cambiada porque así lo imponen, primero la vocación humana a la excelencia y, segundo, su irrenunciable examen crítico de las realidades.

 

A esa insatisfacción de todas la horas, se agrega la propuesta de lo que debería existir, que sobreviene cuando de lo real posible, esa parte de la realidad que se mantiene invisible hasta que la acción humana la hace emerger.

 

Esta descripción de la utopía proporciona el marco en que nace la ética. En su proceso todo comienza con la crítica de lo existente. No se puede ser ético y conformista. La persona ética es inconforme consigo misma y con lo que hace. Sometida a constante autocrítica, la persona ética encuentra que siempre hay fallas que enmendar, errores que reparar o rectificar, metas nuevas que alcanzar. Entiende, asimismo que la vida no es descanso, ni satisfacción por lo hecho. Esto explica la importancia de la autocrítica y del diálogo ético en que se comparan el ser y el deber ser de personas, profesionales o instituciones, y se aceptan fallos y errores, y se reemplace la tarea o búsqueda de la utopía.

La ética es, pues, una utopía, es decir un dinamismo de insatisfacción y de búsqueda, de lo posible que espera el momento de ver la luz de lo real. 

 

  

Leer un código de ética es internarse en el terreno de lo posible, es recibir la notificación de lo mucho que uno puede hacer y el llamado a realizarlo, a sabiendas de que nunca lo lograremos totalmente y de que la utopía se mantendrá como certeza de que los humanos siempre somos seres posibles. 

Por último, amigos, la ética es una invitación a la excelencia y parte de la certidumbre de que como seres humanos y como profesionales, nacimos para ser excelentes. 

La ética nos sitúa en niveles más altos que lo real, como expresión no de otra realidad, sino de la misma realidad, pero llevada a esa alta potencialidad que es la excelencia personal o profesional.

Allí se señalan todas las posibilidades que le caben al ser humano; es la utopía del ser humano perfecto que han soñado los filósofos, o la del hombre nuevo que es la cima de los sueños revolucionarios, se creyó verla en los santos y la iglesia celebra el hallazgo de su utopía en cada canonización. 

Leer un código de ética es internarse en el terreno de lo posible, es recibir la notificación de lo mucho que uno puede hacer y el llamado a realizarlo, a sabiendas de que nunca lo lograremos totalmente y de que la utopía se mantendrá como certeza de que los humanos siempre somos seres posibles. 

Por último, amigos, la ética es una invitación a la excelencia y parte de la certidumbre de que como seres humanos y como profesionales, nacimos para ser excelentes. 

La ética nos sitúa en niveles más altos que lo real, como expresión no de otra realidad, sino de la misma realidad, pero llevada a esa alta potencialidad que es la excelencia personal o profesional.

Allí se señalan todas las posibilidades que le caben al ser humano; es la utopía del ser humano perfecto que han soñado los filósofos, o la del hombre nuevo que es la cima de los sueños revolucionarios, se creyó verla en los santos y la iglesia celebra el hallazgo de su utopía en cada canonización. 

Foto: aleteia.org

Entre los griegos fue el héroe que cantó Homero, para los romanos, la excelencia estuvo encarnada en el guerrero que egresaba vencedor,en el siglo de las luces fue el científico, para muchos lo fue el astronauta y en las olimpiadas mundiales, ese ideal de excelencia se ve encarnado en los campeones aplaudidos  en lo alto de los podios como representación de la pasión por la excelencia que mueve a todos los humanos. 

En cada caso ha habido ese trabajo de corrección, pulimiento, consolidación y conquista de sí mismo, que convierte a cada hombre en escultor de sí mismo, empeñado en hacer de sí na obra perfecta. 

Como inspiración y motor de ese proceso opera la ética, esa inconformidad con lo mediocre y lo torpe, esa vocación para llegar al deber ser.    

10 lecciones de ética de Javier Darío Restrepo

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