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Covid 19, ¿un enemigo?

En estos días de recogimiento al que nos ha invitado el covid 19, decidí poner en orden papeles, revistas y hacer limpieza de recortes y artículos impresos que tenía arrumados. Encontré un artículo escrito hace 20 años, que iniciaba con este epígrafe: “…La multitud de los muertos le grita que no decaiga y desde el fondo del porvenir, los que esperan su vez para nacer, le tienden los brazos y le suplican que les construya un nido más elevado, más luminoso y más cálido…” La frase es de Teilhard de Chardin, escrita desde las trincheras en la Primera Guerra Mundial.

No estamos en trincheras, ni nos amenazan balas o bombas, sin embargo, estamos en una situación excepcional en la que la humanidad se siente tambalear profunda y realmente por primera vez, después de una segunda guerra mundial. La reflexión cobra vigencia para preguntarnos ¿cuál es el mundo que hemos creado y el que ahora, quienes sobrevivan a la “peste”, deben construir? ¿Cómo ha de ser ese “nido más elevado, más luminoso y más cálido”? 

No deja de sorprenderme que la pregunta tenga tanta validez cuando se supone que hemos superado la ignorancia entrando al maravilloso universo de la ciencia que devela verdades y señala caminos al bienestar de la humanidad. 

Covid 19, parecería un nombre asignado para una labor de espionaje al mejor estilo de la guerra fría, incluso especulamos si estamos en medio de una guerra biológica premeditada o frente a una reacción de la naturaleza que obliga a los humanos a entrar en retirada para tomar nuevas fuerzas y protegerse de las acciones inconscientes y destructivas que le hemos infligido.

En este punto parece que lo importante no es ya conocer el origen, sino comprender qué debemos hacer para sobrevivir y evitar que esto acabe en una mayor tragedia para la humanidad. Y aquí me detengo en mi reflexión. Tal vez la mayor tragedia sería no aprender y seguir “luchando” por la supervivencia de manera equivocada.

En estos últimos años, y en mi condición de “adulto mayor”, habiendo terminado con la crianza de mis hijos y dándome la oportunidad de hacerme preguntas, estudiar, satisfacer mi curiosidad sobre la conducta humana y sus orígenes para tratar de contribuir con los cambios sociales que requerimos, he podido entrever algunas respuestas que develan nuevos conceptos para reinventar la sociedad, pero que no por nuevos o diferentes, dejan de contemplar en sus fundamentos la naturaleza humana y su potencial.

La neurociencia y sus avances ha sido crucial en este proceso. Descubrir con mayor profundidad la herramienta que poseemos, nuestro cerebro y su intrincada red de circuitos que responden a la experiencia estimulando los sistemas relacionados con la conducta, como el endocrino o el inmunológico que se conectan con nuestras emociones o explicándonos como funcionan las neuronas espejo que “activan el cerebro partiendo de lo que vemos en otra persona… incluyendo sus emociones e intuiciones” (Goleman y Senge Triple Focus, 2016), ha sido una ventana que nos permite avizorar nuevos sistemas de educación facilitando a los seres humanos, expandir nuestra percepción y desarrollar en gran medida nuestro potencial.

Hemos comprendido la importancia del desarrollo de la inteligencia emocional y del pensamiento sistémico; la importancia de la buena alimentación y del ejercicio físico para el bienestar; desde el punto de vista de la sostenibilidad en general, hemos encontrado que no se pueden separar y trabajar aisladamente los ámbitos económico, social y ambiental, ¿qué nos hace falte entonces, para construir un mundo más armónico y en paz? Voces en diferentes idiomas y desde diferentes rincones del planeta se unen con la esperanza de encontrar una respuesta que nos permita actuar en consecuencia y librarnos de un mal mayor.

Tal vez ha llegado la hora de comprender que tenemos que hacer cambios radicales en la forma de asumir nuestros problemas y lanzarnos al ideal por tantos compartido, de promover la amabilidad y la compasión como caminos al desarrollo. Para ello hace falta una verdadera revolución y solo los sistemas educativos y las familias serían capaces de llevarla a cabo: una “revolución de la inteligencia” como tan acertadamente la llamaba Luis Alberto Machado quien fue considerado genio por unos o iluso por otros. Lo que sí es claro, es que nos alertó en América Latina sobre la importancia de estimular el pensamiento crítico y la creatividad para el desarrollo y el bienestar general.

Creo con firmeza en la invitación que hace Alejandro Gaviria a sus graduandos de los Andes, recientemente, recordando a Aldous Huxley e insistiendo en la “necesidad ética de la compasión, entendida como la solidaridad con otras criaturas finitas con las que compartimos un destino común…” Y separándome levemente de su pensamiento, entendiendo que somos “voces”, no de una “misma penuria”, sino de un mismo sueño: vivir en armonía desarrollando lo mejor de nosotros mismos.

No tengamos miedo de cambiar la estructura de nuestro sistema educativo y unámonos todos, familias y docentes, en todas las instituciones educativas, para crear las condiciones que nos permitan entrar en “sintonización con los otros” de acuerdo con Goleman y para “la comprensión del mundo en su sentido más amplio” como nos invita Senge. Desarrollo de la Inteligencia cognitiva, emocional y sistémica es la clave.

Como es mi costumbre en mis procesos de aprendizaje, termino con algunas preguntas para reflexionar:

Independientemente del origen de la crisis, ¿por qué la vida nos ha llevado al confinamiento y a quedarnos solos con nosotros mismos y en familia?

¿Es realmente un enemigo lo que enfrentamos o es la mejor oportunidad que nos está dando la vida para tomarnos el receso que necesitamos para pensar, reflexionar y cambiar?

¿Qué nos puede pasar si esto se termina y no hacemos cambios en la forma en que asumimos nuestras vidas? ¿Es esto pérdida de libertad o es la mayor libertad que jamás hayamos vivido

Escrito por: Amelia Pretelt de la Vega; Directora Ejecutiva en Guión, Fundación para el Desarrollo Humano.